CÓMO EVITAR LA MANIPULACIÓN EMOCIONAL

Sentirnos responsables de las reacciones emocionales de los demás es uno de los mayores focos de malestar que nos encontramos en consulta.

 

Tener miedo a cómo van a reaccionar nuestros compañeros de trabajo, familiares, parejas o amigos ante una decisión nuestra. Intentar que no se molesten con nosotros, que no se enfaden o se frustren.

Preguntarnos enseguida qué habremos dicho o hecho cuando igualmente esto sucede. Son solo algunos ejemplos de situaciones cotidianas que conllevan un estrés y un desgaste mental considerable.

 

La mayoría de las personas hemos vinculado automáticamente esas reacciones negativas de los otros (su ansiedad, sus rabietas, su tristeza) con nuestro comportamiento (qué hago o dejo de hacer, qué digo o dejo de decir). Esta asociación no se sostiene cuando es sometida a prueba, desde la psicología se tiene cada vez más claro que las variables claves del comportamiento y estado emocional de una persona son las internas (la interpretación que hago de los acontecimientos, el estado anímico previo, las experiencias previas que marcan mi carácter y mi relación con el mundo) y no tanto aquello externo y objetivo, que es donde intervenimos los demás.

 

Para ayudarnos a interiorizar este nuevo paradigma, que nos puede proteger de mucho sufrimiento futuro, es útil utilizar como herramienta el clásico esquema del psicólogo Albert Ellis: el ABC.

 

Está formado por 3 componentes:

  • A: una situación concreta, el contexto, los hechos. Es compartido por todos los participantes de una misma situación
  • B: pensamientos, interpretación, vivencia de la realidad individual
  • C: reacción emocional y comportamiento de la persona

 

Para practicar en casa la reinterpretación de situaciones cotidianas, es útil situar estos 3 componentes en 3 columnas diferenciadas. Añadiremos una fila para cada una de las personas presentes en la situación que estamos recreando: dos filas si es una discusión con la jefa (tú y esta persona), tres filas si es una conversación en un bar tomando algo con dos amigos, ect. Tal como se ve en la siguiente tabla:

 

 

A (SITUACIÓN)

B (PENSAMIENTOS)

C (CÓMO ME SIENTO Y CÓMO ACTÚO)

YO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

OTRA PERSONA 1

 

 

 

 

 

 

OTRA PERSONA 2

 

 

 

Imaginad a alguien que lleva mucho tiempo preparando con ahínco una oposición. Esta en la semana previa al examen, con los nervios a flor de piel y estudiando más de 12 horas al día, cuando recibe un whatsapp: un buen amigo le invita a celebrar su cumpleaños esa misma semana. Aunque en otro contexto es algo que le hubiera apetecido mucho, con el estrés actual es lo último en lo que la mente de esta persona está pensando hacer, no se puede permitir toda una noche fuera. Se decide finalmente y le contesta al amigo, excusándose por no poder acudir debido a la cercanía del examen, y prometiéndole llamar y quedar ambos justo cuando termine.

 

Si en este instante el amigo reacciona comprendiendo la situación, aquí terminaría todo. Pero la conducta de los otros es impredecible. Imaginad que el amigo responde a los pocos minutos muy dolido: “esto es algo muy importante para mí porque x y no entiendo que no vayas a estar” (los motivos x del amigo en su respuesta pueden ser varios, a cuál más impactante para el futuro opositor: rompí con mi pareja hace poco, van a estar todos los amigos del grupo incluyendo los que viven en el extranjero, yo te hice gran favor el año pasado a ti, ect). Enseguida es palpable que el amigo está dolido y se siente decepcionado y dejado de lado, y así lo manifiesta, insistentemente (tanto que el opositor debe excusarse en varias ocasiones y confirmar que no irá en otras tantas).

 

Situamos este ejemplo ahora en nuestro esquema ABC

 

 

A (SITUACIÓN)

B (PENSAMIENTOS)

C (CÓMO ME SIENTO Y CÓMO ACTÚO)

YO

 

 

 

 

 

 

Me invita un buen amigo a la fiesta de su cumpleaños a unos días de hacer el examen que llevo preparando durante 2 años

 

 

 

 

 

 

¿Debería ir realmente, aunque no tenga ninguna gana?

 

Si me hubiera puesto a estudiar más horas aún estos días, podría haberlo hecho todo

 

He decepcionado a mi amigo

 

 

 

Intento justificarme continuamente sobre el por qué no puedo acudir y pido muchas veces disculpas. Dudo hasta el último momento si ir o no.

 

Me siento culpable, agobiado y un estúpido

 

 

AMIGO

 

 

 

¿?

 

 

Me escribe día y medio intentando convencerme de que vaya, no acepta un no

 

Está enfadado y despechado, no entiendo por qué no voy solo un rato

 

 

Como se puede ver en el ejemplo, la columna de los pensamientos de los otros es para nosotros un misterio, siendo llamada jocosamente a veces desde la psicología como la caja negra del avión.

 

Podemos tener una pincelada si se trata de alguien con quien teneos confianza y nos expresa lo que le pasa por la cabeza, pero en la gran mayoría de situaciones solo contaremos con el resultado final: cómo actúan los demás y cómo reaccionan emocionalmente.

 

También podemos apreciar lo mal que nos está haciendo sentir toda esta situación al futuro opositor, hasta un punto que se culpa a sí mismo de lo que ocurre: ¿por qué no habré estudiado más antes y podría salir con mis amigos?

 

Esto es uno de los sesgos más habituales de nuestro pensamiento: asociar directamente, como causa-efecto, cómo actuamos nosotros (nuestra C), con cómo reaccionan los demás (su C). Juntamos ambas columnas. Nos responsabilizamos de su malestar.

 

Y si como predicen los estudios en psicología, no es nuestro comportamiento el que ha generado esta respuesta en el otro, ¿de dónde surge? De la caja negra, la B de cada individuo. De cómo funciona su mente: cómo ven el mundo, qué personalidad tienen, cómo suelen actuar. Esta es la variable que explica por qué se enfada el amigo del opositor: está tan eufórico con su propia fiesta que en ningún momento tiene en cuenta las necesidades de su amigo, el tiempo que lleva estudiando o lo importante que es para él ese examen. “Son solo unas horas, ¿qué son solo unas horas con lo importante que es esto para mí? Qué egoísta”, puede pensar.

 

Si este amigo fuera una persona más empática, habría captado la esencia de la situación a la primera, le habría contestado un “me debes una, mucho ánimo con este examen, estoy seguro de que lo vas a lograr” y nuestro opositor estaría ahora mismo estresado por el estudio sí, pero sin malestar, sin culpa. Aliviado.

 

Si la acción en ambos casos (el amigo poco empático y el amigo empático) es la misma: priorizar mi examen a las necesidades de otros, ¿cómo es posible que en un caso la persona se sienta tan mal consigo misma y en el otro tan bien? Obviamente, porque al opositor su amigo le ha manipulado emocionalmente, seguramente sin ser ni consciente de ello.

 

Si no identificamos nuestra tendencia innata a responsabilizarnos de las emociones de los otros en todo momento, seremos especialmente vulnerables a que nos puedan manipular en el futuro. Por ello, recomiendo representar este esquema a menudo cuando sucedan situaciones que generan malestar por reacciones ajenas.

 

Una cuestión que surge con frecuencia cuando se trabaja con el esquema ABC (que predice como hemos visto que las reacciones de los otros NO son directamente nuestra responsabilidad) es: ¿no somos entonces responsables de ningún sufrimiento ajeno?

 

Para responder a esta pregunta debemos centrarnos en la columna de la C (cómo me siento, cómo actúo), pero no de la del otro. En la nuestra propia. Cada persona tiene sus códigos morales, sus principios y valores. Su idea grabada a fuego por la educación recibida de qué está bien y qué no lo está. Y eso lo que debemos juzgar. Emociones como la culpa o la vergüenza solo tienen sentido si se asocian a cómo actúo, no a cómo reaccionan los demás. Nos puede dar una pista de ello si cambiamos nuestra valoración en función del otro: el opositor no creía haber hecho nada malo hasta que el amigo reacciona airadamente. La misma acción no puede estar hecha correcta e incorrectamente a la vez.

 

Y esta será el último punto clave de esta práctica: la clave para valorar si hacemos lo correcto está en lo que hacemos nosotros, no tanto en la reacción que genera: por ejemplo, insultar a un desconocido por la calle sin previa interacción es algo que casi todos valoraremos como una acción reprobable y que nos haría sentir mal, pese a que la otra persona ni se inmutara. En cambio, una acción justa según nuestro punto de vista (lo que hizo el opositor) no debería juzgarse negativamente, aunque a otra persona le genere una explosión de ira

 

 

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Rafael Sánchez Barrero

Psicólogo

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